Cuento: Debajo de mi cama

3º Lugar

Enrique Escobar Fernandoy

Todas mis amantes ocasionales, y son muchas, me atrae la novedad, han elogiado mi dormitorio por diversos aspectos. A varias las ha seducido la calidad y originalidad de los muebles, a otras, tratándose de una construcción antigua, aunque en excelente estado de mantenimiento, los hermosos relieves de yeso en el cielo raso y en las paredes, a las últimas, el esplendor de mi amplia cama. Ellas han sido unánimes en destacar el soberbio piso de la habitación. El piso es de una costosa baldosa vitrificada que actúa como un singular espejo que devuelve la imagen en mágicos tonos iridiscentes. A ellas les encanta reflejarse en él, sobre todo para contemplar, una vez satisfechas, su desnudez. A ninguna ni por casualidad se le ocurriría que debajo de su superficie yace el cadáver de mi padre.

Hace más de diez años que este individuo, llamado Samuel, se encuentra allí, mejor dicho ha pasado casi la totalidad de su muerte en dicho lugar. Todavía no puedo decidir si para bien o para mal de mi persona. Si lo hubiera enterrado en otro sitio, a lo mejor yo estaría preso o tal vez me sentiría más libre y con menos pesadillas. Jamás sabré cuál opción hubiera sido la más adecuada. Si usted está leyendo estas páginas en un libro editado, ello implicaría tres posibilidades: Primera, que el cadáver fue encontrado, segunda, que mientras usted lee yo me encuentro muerto o encarcelado y la última, que por fin me decidí a vender la propiedad y me fui a pasar mis últimos años en algún lugar remoto, adonde no llega la acción de la justicia de mi país y en el cual por aparecer las noticias en un idioma extraño, que no he llegado a dominar como lector y por consiguiente no me he enterado del descubrimiento del finado y todavía no logran ubicarme.

De todas maneras la prisión existe dentro de mí, asesinar al padre, sea como fuere, comporta un suceso del cual resulta imposible evadirse, cualquiera hayan sido las circunstancias y las motivaciones para llegar a cometerlo. Aunque mi vida después de la muerte de mi progenitor ha continuado siendo productiva y útil, tanto que a pocos meses del crimen logré contraer un matrimonio que duró tres años y engendrar un hijo a quien quiero como a nadie, siendo retribuido por él en el afecto. No obstante, no ha pasado un solo día sin que haya dejado de pensar en todo lo que soporté de parte de quien, desde este momento del relato, designaré con el apelativo de progenitor. ¡Cómo me martiriza haberlo asesinado, a pesar de que se constituyó siempre en la antípoda de lo que debe ser un padre cabal! Apenas unas pocas horas, las correspondientes al sueño, a veces en el transcurso de una borrachera o mientras hago el amor en otro lugar que no sea mi casa, consigo zafarme de su maldita presencia.

 

Continúa…