Cuento: Nueve de Julio

Jessica Sapunar Goic

Gabriel estrechó la mano del ejecutivo de Yokomura S.A. y pronunció algunas palabras en ese inglés británico, impecable, fruto de largos años como alumno regular del Colegio Mackay de Viña del Mar, y, que su paso por una facultad de Ciencias Económicas norteamericana no había conseguido arruinar. Su matrimonio con Graciela lo había trasplantado a Buenos Aires hacía ya quince años. Lo acompañó hasta la puerta y se detuvo en el umbral para hacerle una breve reverencia. Gabriel esperó que se alejara algunos pasos antes de volver a cerrar la entrada a su mundo, ahora a punto de desaparecer. Miró por la ventana: allí estaba la vieja y fiel silueta del obelisco que, cual una postal, le recordaba que sólo estaba allí gracias a un permiso de residencia indefinido.

“¿Todavía no le escriben un tango a esta huevá?”, recordó de pronto la frase que solía repetir Daniel. Su viejo amigo. Un fanfarrón y buscavidas con el que había compartido los años de universidad, y que desde entonces había sido su asesor en materia de exportaciones. Contempló el monumento largo rato: su figura se erigía imponente en medio de la vorágine de autos y transeúntes que circulaban por el centro de la ciudad en ese frío mediodía. Daniel no entendería su decisión. Le recriminaría su desconfianza y la falta de valentía para afrontar las dificultades. “No seai maricón, Gabriel. Alguna vez hay que mojarse el culo.” Pero él no estaba dispuesto a mojarse nada. Ni menos el culo.

El timbre del intercomunicador lo sobresaltó. Se acercó al escritorio, descolgó el auricular y rugió: – ¿Qué pasa Marta?

– Gabriel, lo llama la señora Graciela – respondió Marta, secretaria de la empresa desde que la inaugurara. A sus sesenta años lucía una figura impecable y una melena rubia con visos de autenticidad.

– Pásame la llamada – Gabriel suavizó el tono de su voz. Marta no se merecía exabruptos a esa altura de su vida. Sintió el clic del cambio de línea y esperó.

– ¡Gabriel! ¿Se te olvidó que almorzábamos en La Chacra? – le recriminó su mujer.

– Perdóname, Graciela. Recién termino una… -alcanzó a decir Gabriel antes que su mujer lo interrumpiera.

 

Continúa…